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La corredora rarámuri María Lorena Ramírez fue tapa de Vogue

María Lorena Ramírez, corredora tarahumara, jamás imaginó convertirse en una corredora internacional; sin embargo, una inesperada victoria la catapultó a incursionar, más allá de su amada tierra, en esta carrera de la vida que está dispuesta a ganar.

¿Quién es María Lorena Ramírez?

Esa tarde, María Lorena Ramírez y sus tres jóvenes hermanos conversan casi silenciosamente en su lengua natal, el tarahumara –una de las 68 lenguas indígenas de nuestro país en peligro de extinguirse–. En ese acogedor espacio de un café ubicado en la población de Guachochi, en la sierra de Chihuahua, la conversación, inicialmente entre ellos, se alimenta de risas de complicidad, sorbos de café y bocados cautelosos que borran en minutos la crepa con fresas que habíamos pedido al centro de la mesa. Al finalizarla, una segunda orden de crepas más dos días de convivencia serían necesarios para que este chabochi –como suelen denominar a las personas ajenas a la comunidad rarámuri– se ganara la confianza y ahondara más en la vida de quien en esa tarde acaparaba mi atención con su discreta, pero poderosa, presencia, María Lorena Ramírez.

Registrada hace 25 años con el nombre de María Lorena Ramírez Nahueachi es la corredora tarahumara que ha conquistado diversas proezas atléticas en nuestro país y Europa, acaparando la atención de la prensa y sus colegas por el uso en las carreras de su indumentaria tradicional y huaraches (de la marca Windy’s, como ella me lo confesaría el último día) que contrastan con la parafernalia mediática y tecnológica que viste y calza a estos atletas; incluso, su peculiar entrenamiento también es motivo de debate al distar de las rutinas profesionales y que para ella solo se resume en un “subir y bajar la montaña”.

En aquel primer acercamiento, Lorena es acompañada por sus dos hermanos, Mario y Antonio, estando siempre a su lado Talina, su hermana menor. El mayor de ellos, Mario, funge como traductor en la mayoría de nuestras conversaciones. Le pregunto, ‘¿No habla español, por qué?’, él me responde que Lorena, al igual que su hermana, solo lo entiende, sin embargo, al no haber tenido la oportunidad de acceder a una educación continua no aprendió a hablarlo correctamente. Al escucharlo, viene a mi mente uno de los factores más terribles que desgarran el tejido social del llamado “México igualitario”, en el que se destaca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Este hecho confirma la existencia del fantasma de la desigualdad que vive una gran parte de las mujeres indígenas al no recibir una educación básica, apremiando en estas comunidades a los hijos del género masculino, mientras que ellas son rezagadas a las labores domésticas. No obstante, entre los hermanos Ramírez hay una pasión que comparten por igual: correr. “Dice que le da felicidad cuando está con sus hermanos”, traduce Mario al cuestionarle sobre el sentimiento que le provoca correr con ellos. ¿Por qué felicidad? “Porque somos hermanos”, responde mirándolos afectuosamente.

La hermandad y la felicidad que Lorena posee es la alquimia que responde en buena medida al enigmático poder que emana, esa misteriosa energía que, más allá de las palabras, te hace enmudecer al observarla y oír atento su suave voz que rivaliza con los colores encendidos de sus vestidos, mismos que son elaborados por ella misma desde los doce años cuando su madre la enseñó a coser. “La siguiente falda va a ser de un color muy sitákame (rojo carmín en tarahumara), nunca he tenido una falda de ese color”, expresa a través de su hermano. ‘Pero, la falda que traes es roja, ¿no?’, le replico. Lorena, con la primera sonrisa que me obsequia, asegura, “No es roja, es como un naranja más fuerte, la que voy hacer es muy roja”. Probablemente, la iluminación del espacio no jugaba a mi favor en ese momento; sin embargo, la luz que nos cobijaría al día siguiente en la barranca de la Sinforosa –conocida como la reina de las imponentes barrancas en la Sierra Tarahumara– dejaría revelar a su más célebre princesa en todo su esplendor y colores.

Con temperaturas que alcanzaban los 35 grados y un ligero viento acompañando los terrosos caminos de la Sinforosa, Lorena y sus hermanos actuaban inmunes haciendo gala de su destreza al subir y bajar de los enmarañados acantilados, demostrando porqué la cultura rarámuri es cuna de atletas de alto nivel.

Más allá del arado de tierra, el cultivo del maíz y el frijol, el cuidado de rebaños de chivas, la elaboración de artesanías y fiestas en las que ejecutan el tradicional baile de los matachines –una danza religiosa introducida en la población rarámuri por la orden sacerdotal jesuita–, esta cultura es uno de los pilares de la identidad originaria de nuestro país que a través de los siglos se ha mantenido solemne a las raíces de sus antepasados, a pesar de haber corrido las aguas bautismales de la fe católica. Sin importar el alejamiento en el que viven, la palabra comunidad cobra sentido al observar su interacción y el respeto al entorno natural que los rodea, Lorena hace eco de esto, “Me gusta ser una mujer rarámuri, me gusta tener esta cultura, estas tierras que estoy pisando, donde he crecido, es un lugar muy bello. Tenemos de todo, tenemos árboles, tenemos muchas cosas aquí en el estado de Chihuahua. Me siento muy feliz de lo que tengo”, explica.

La felicidad parece ser una idea subjetiva en este entorno que, en ciertas estaciones del año, sugiere un ambiente inhóspito que borra el verde intenso que pinta de vida este caprichoso macizo montañoso cubriéndolo de espesa nieve. Sin embargo, al interior de las discretas casas habitadas por los tarahumaras la esperanza cobra diversas formas de expresión que se convierten en memorias que alimentan el alma ante la incertidumbre, como las melodías en violín que el padre de Lorena –Santiago Ramírez– interpretaba para sus pequeños hijos dibujando sonrisas.

En el cenit solar de esa mañana, Lorena y Talina cruzan corriendo el puente suspendido sobre el río Verde, uno de los elementos que caracterizan la barranca de la Sinforosa. Su destreza física queda manifiesta, sus miradas puestas fijamente en el punto de meta son desafiantes, sus pequeños pies acompañan el vaivén de las faldas, mientras que en sus frentes se refleja el astro rey.

¿Qué pasa en tu mente cuando corres?

Cuestiono, “Su pensamiento es llegar a la meta siendo este su objetivo, sin pensar en nada más”, responde nuestro locutor familiar. Y, cuando gana una competencia, ¿qué sentimiento experimenta? “Ninguno, dice que no siente ninguna emoción”, expresa su hermano ante mi rostro impávido por tal respuesta, pero así es Lorena, impredecible y siempre segura de sus respuestas, afirmaciones contundentes que ella afirma, “salen del corazón”.

El segundo día inicia en los campos de cultivo de una comunidad cercana a Guachochi a unos metros de la carretera. Ahí, entre los maizales, una sorpresa inesperada aguarda en un pequeño corral. En un instante, una manada de chivas arriba anunciando sus pasos acelerados con el sonido de las campanas que cuelgan de sus cuellos, atrás de estas viene Lorena radiando felicidad al correr en sus tierras, sonriendo sin importar la presencia de extraños y recordando, sin duda, esa infancia en la que destinaba cuatro o cinco horas de su tiempo al cuidado de sus propias chivitas. Durante tu niñez, ¿imaginaste llegar a convertirte en una corredora profesional? “Nunca pensó que iba a ser corredora, nunca tuvo ese plan”, me transmite su hermano. Una carrera en el municipio de Cuauhtémoc, Chihuahua, en la cual se alzaría con la victoria del primer lugar sería el detonante de la historia de Lorena, que también impulsaría el ímpetu de esta mexicana para hacer de esta disciplina una parte importante de su vida y ser inspiración para más mujeres aportándole, “gusto y felicidad”, así como la oportunidad de mostrarles cómo a través del sacrificio se puede llegar a muchas metas –literalmente– en la vida.

El atardecer anuncia nuestra despedida. Atrás ha quedado la joven tímida de inquietante presencia, quien en el último par de días se reveló como la poderosa princesa de las montañas que es. Poco antes de subirme al vehículo que me llevaría de vuelta a la ciudad de Chihuahua, un inesperado abrazo de Lorena me cobija, las palabras son innecesarias, la dulzura de su gesto habla desde su corazón. ¡Matétéraba, Lorena! (¡Gracias, Lorena!).

Fuente: Fotografía: Rena Effendi

En este reportaje: realización, Enrique Torres Meixueiro; dirección creativa, Look Studios; coordinadora editorial, Atenea Morales; coordinador de producción, Jon Roberts/Cineburó. Agradecimientos al Fideicomiso de Promoción Turística ¡Ah Chihuahua!, Visita Juárez y Gobierno Municipal de Guachochi.

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