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Caminando a Santiago de Compostela

“Buen Camino”, “Hola”, “Hello”, “Bonjour”, “Guten tag”, “Ciao”, “ Oi”, son algunos de los saludos que se escuchan por el Camino. Nadie es indiferente. Es como si te conocieras con todos. Gente de todas las latitudes, de todas las edades, sola o acompañada

Muy temprano, con las primeras luces, ya sea con el sol asomando, la niebla, las nubes o la frecuente lluvia de Galicia, los Peregrinos del Camino comienzan a surcar las callecitas del lugar elegido para dar comienzo a su Camino.

El Camino que cada uno elige, para llegar a Santiago de Compostela. El Camino Francés, el del Norte, el Inglés, el Primitivo, el Portugués. No importa cual elijas, ni si recorres el más largo de casi 800 kilómetros o si cubres los 100 kilómetros necesarios para obtener la Compostela (Diploma extendido por la Oficina del Peregrino para certificar que la ruta ha sido hecha con sentido cristiano. Lo obtienen los peregrinos que cubran los últimos 100 kilómetros a pie o a caballo, y los que en bicicleta recorran los últimos 200. En ambos casos debe portarse la credencial oficial de peregrino con dos o más sellos diarios de los albergues o las parroquias recorridas por cualquiera de sus rutas).

Luego de revisar nuestro equipaje (cada uno una mochila con lo indispensable para cambiarte de ropa, bastones de trekking, cepillo de dientes, un abrigo, guantes, una capa de lluvia, teléfono con buena cámara, gorra, protector solar y no muchos objetos más) y con ropa y calzado cómodos, comenzamos nuestro camino desde Sarria, provincia de Lugo y perteneciente a la región de Galicia el día 16 de mayo. Temprano, luego del desayuno buscamos los indicadores con flechas amarillas o con la concha que representa al camino. Así nos disponíamos a caminar nuestra primera etapa de 23 kilómetros hasta la localidad de Portomarín, con nuestra Credencial lista para comenzar a llenarla a medida que fuéramos avanzando.

Caminamos a través de preciosos bosques, tierras de cultivo y aldeas rústicas, bonitos pueblos rurales, siguiendo senderos bordeados por muros de piedra y bajo la sombra de árboles de roble o pinos. Transitamos intensas trepadas y también largas bajadas, senderos zigzagueantes, cruces de rutas y caminos al borde de alguna ruta interior de Galicia, arroyos claros y puentes. En todo momento contemplamos el bello paisaje verde de Galicia. Tanto las pequeñas aldeas de solo dos o tres casas, como los poblados algo más grandes, todos tienen sus graneros gallegos tradicionales (hórreos). Los habitantes de estas tierras atienden sus animales, cultivan la tierra, hacen el tambo, siembran, labran, cosechan todo muy artesanalmente, con herramientas básicas. Encontramos ruinas y también iglesias y capillas muy antiguas.

Se respira paz y tranquilidad, se siente el canto de los pájaros, se huele el perfume de las flores o de los pinos.

Y así a medida que vas avanzando, vas encontrando mucha gente, siempre con una sonrisa saludando a cada peregrino del camino. Cada uno siguiendo su camino: Los seis amigos catalanes, los brasileros, el italiano que había partido de Francia y que caminaba junto al gallego con el perrito Brutus. Isidoro, el Murciano de Mar Menor que nos invitó con un café en el bar del pueblo de Arzúa, el alemán que se cruzó en mi foto a salida del penúltimo día, los ciclistas, el Malasio solitario.

Y así luego de 118 kilómetros en 5 días consecutivos, el 20 de mayo a las 11 de la mañana llegamos a Santiago de Compostela. Con cansancio y dolores musculares pero felices de haber cumplido con nuestro objetivo.

Nuestro camino fue Sarría-Portomarín 23 K, Portomarín-Palas de Rei 25 K, Palas de Rei-Arzúa 29 K, Arzúa-Lavacolla 29 K y Lavacolla-Santiago de Compostella 11 K.

Una vez en la Catedral, pudimos abrazar al Apóstol detrás del Altar y luego bajar al Sepulcro. Debo decir que la Misa del Peregrino al mediodía en la Catedral es muy emotiva. La misma culmina con el lanzamiento del Botafumeiro (enorme incensario usado desde la Edad Media como instrumento de purificación).

Obtener la Compostela requirió sacrificio, pero valió la pena. Nunca olvidaremos esos días en Galicia. Por Edelweis Briner.

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