Blog / Opinion

HISTORIAS: ¡USTEDES TIENEN RELOJES, NOSOTROS EL TIEMPO!

26-12-2020 - Por Juan Ricardo Ferrero

Mi nombre es Moussa Ag Assarid, tuareg nómada del desierto. No conozco mi edad. Nací en un campamento entre Tombuctú y Gao al norte de Mali. Sin certificados ni documentos. He sido pastor de camellos, cabras, corderos y vacas, como mi padre y generaciones antes que él. Hoy estudio Administración en la Universidad de Montpellier.

Uso turbante para defender a esos pastores. Está compuesto por un final de lona de algodón, un azul intenso. Permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta la arena, sin impedir por ello la visión y la respiración a través de ella.

Nos llaman los hombres azules, porque los pigmentos naturales de su tela tiñen nuestra piel. Es el color más importante para nosotros, representa el cielo, el techo de nuestro hogar. En nuestro idioma, el término "tuareg" significa "abandonados", porque somos un pueblo solitario, antiguo y orgulloso: nos llaman "Señores del desierto".

Somos aproximadamente tres millones, mayormente nómadas, pero en fuerte decrecimiento. "Hay que desaparecer un pueblo para que se entere de su presencia", decía un sabio. Pasamos rebaños en un reino de infinito silencio. No hay mejor lugar para encontrarse a sí mismo.

Desde pequeños nos enseñan a oler el aire, a escuchar, aguzar la vista, orientarnos con el sol y las estrellas. A dejarnos guiar por el camello, si nos perdemos, para llevarnos a donde hay agua.

Allí todo es más simple y profundo. Existen pocas cosas, pero tienen un gran valor. Cada pequeñez proporciona felicidad, incluso rozarse es precioso, mucho menos el hecho de tocarse y estar juntos. Nadie sueña con llegar a ser porque todos ya son.

La primera vez en Europa, vi correr a gente en el aeropuerto. En el desierto solo se corre si llega una tormenta de arena. Me asusté. Ellos iban a recoger sus maletas. Después, carteles de chicas desnudas: "¿Por qué tan poco respeto por la mujer?", pensé.

Luego en el hotel Ibis conocí el primer grifo en mi vida. Mientras observaba el fluir de esa agua, me dio ganas de llorar. Los días de toda mi existencia fueron buscarla. Y cuando todavía encuentro fuentes de adorno aquí y allá, sigo sintiendo un dolor imposible de describir. Tenía una docena de años cuando por la sequía perdí a mi madre. Ella lo era todo para mí. Me contaba historias, enseñándome a repetirlas bien. De ella aprendí a ser yo mismo.

Dos años después pasó cerca del campamento el rally de París-Dakar y una periodista cayó un libro de su bolsa. Lo recogí y se lo llevé. Me lo regaló, hablándome de la novela que decía: "Principito". Me prometí que algún día sería capaz de leerlo.

Convencí a mi padre para que vaya a la escuela. Caminaba a pie por la mañana kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una habitación para dormir y una señora decidió ofrecerme comida frente a su vivienda. Incluí que mi mamá me estaba ayudando. Así fue como me gané un subsidio escolar para venir a estudiar a Francia.

¿Las cosas que más extraño aquí? La leche recién ordeñada, el crepitismo de la madera, caminar descalzo sobre la arena caliente. Y luego las constelaciones: allí las vemos todas las noches. Cada estrella se distingue de las demás, como se hace para las cabras entre ellas.

En este país tenéis de todo, pero no os alcanza. Te quejas. Pueden perdernos una vida. Así como no les importa encadenarse a un banco hasta el final de sus días. Tenéis ansiedad por poseer, frenesí y mucha prisa.

En el desierto no hay problemas similares y saben ¿por qué? No hay nadie que quiera superar a alguien. Un par de horas antes del atardecer, baja el calor y el frío todavía no llega: hombres y animales regresan lentos al campamento. Sus perfiles están en un cielo rosa, azul rojo, amarillo, verde. Es un momento mágico.

Entramos todos en la tienda y hacemos té. Sentados, en el silencio, escuchamos ese hervir al compás de nuestros latidos. La calma nos invade. Inmensa paz. Están llenos de relojes, pero no tienen tiempo.

Texto: Domingo Cesar Cianciarelli.

Volver al BLOG

Compartir / Imprimir

Newsletter